febrero 12, 2011

Obsolescencia programada

A todo ámbito y existe: la obsolescencia.  Mi anterior trabajo consistía en recibir reclamos vía teléfono de los productos de una marca de electrodomésticos. Fue un intento por no quedarme en casa, y lo conseguí. Mi hermana mayor que ronda los cuarenta, había tenido su tercer hijo sorpresa, por no decirle indeseado y la nena, a quien la habían llamado Valeria por la abuela materna, no paraba de llorar en la noches, parecería que aquel incesante llanto reflejara un presentimiento de todos los males del mundo. Las otras dos criaturas, Sebastián y Federico, que apenas iniciaban la básica primaria, después del medio día regresaban como una riada ruidosa y desquiciante.  Los sábados cada quince días, incluso, después que se los llevara el padre, acorde sentencia, quedaba el ambiente arramblado de sus presencias. El trabajo, en un call center conocido, me daba la ventaja de turnos cambiantes, sobretodo en la madrugada o en las tardes, cuando había menos paciencia en la casa. Las llamadas nunca parecían normales, sobretodo si las realizaban ancianos quejumbrosos y, al menos, con todo el tiempo del mundo para quejarse.  No puedo dejar de compararlos con el ciclo de vida de los productos o con la muerte del asalariado que, inocente, optimista o desgraciado, sale a buscar trabajo después de los treinta. Al respecto de la obsolescencia programada, les dejo un video. 
 
 
Lo único cierto de la sobre población mundial es que cada vez hay menos para repartir y por eso el trabajo escaseará siempre, por lo menos el que se paga. Somos un producto de factura masiva, que debe ser consumido como se hace con los productos masivos: entre mas rápido mejor. A mí, que escucho a los abuelos reclamar por el horno y sobre la superioridad técnica de los artículos decimonónicos, que solo me interesa el silencio de mi casa paterna para leer agusto, no me importa que también a nosotros nos hallan puesto una fecha de vencimiento en remplazo de la muerte.