julio 19, 2010

Recordando lo desvanecido

Han pasado los meses y entre las cosas importantes que puedo decir de este año, que se divide exacto por la mitad, son los tristes acontecimientos que resaltan un bloque de meses vividos: Una amiga que olvido nuestra vida como amantes y ese olvido se llevó parte de mi vida, parte de mi presunción. Un amigo que se revolucionó demasiado (como lo venia haciendo) pero que no pude soportar, quizás porque los brazos de las estrellas de mar crecen cuando se les cortan no asi a las estrellitas de pueblo, que solo nos crecen cuando se las amputa un enemigo, nunca un amigo, ese proceso es distinto porque se forman raices y la estrellita que antes se creia fotografiada en un mar de mediocridad le hechan mano las anclas ramificadas y por ahi absorve los peligrosos nitratos de soledad y los sulfatos de desilusión. A Gustavo Adrian se le iluminó mucho el cerebro y no sirvieron las advertencias de que usara un foco ahorrador de luz, un poco más costoso pero eficiente en el uso de la electricidad, él siempre tan terco y puso el Philips tradicional de 100 vatios con lo que por poco y se funde entero (Las cosas del cambio climatico, que a todos nos afectan). Mi chica me dijo que me queria y me lo repitio tanto, de formas tan sorpresivas y cursis que terminé por creerlo; mentira, solo eran los ecos de un corazón metido en la cueva del tiempo donde las voces golpean contra las paredes y nunca puede determinarse quien fue el que las pronunció; ella hablaba un buen italiano y su estereotipo seguirá presente, Chau bambina, il mio cuore... A proposito, un día sabré lo que significa desconfiar de alguien a quien amas.

julio 16, 2010

Los fines de semana, ella y yo.

La habitacion que habiamos reservado quedaba al fondo del pasillo. No era el peor de los hoteles pero debia ser uno de los más inhóspitos, dada nuestra preferencia a sitios apartados, económicos y extraños. Ana llevaba la misma ropa de los viajes anteriores: el vestido de flores purpura en fodo blanco, las zandalias de amarrar alto y el sombrero que se había ganado en la feria de Pamplonita. Ella había insitido en comprar el tiquete que no valia más que una cerveza y aún con mi negativa logró sacarme dos números; ella saltaba como un canguro basquetbolista cuando por los altavoces de la feria anunciaron el número ganador; el sombrero es una especie de obra de arte indigenista, pero muy resistente y la acompaña desde entonces. A mi me gusta viajar en bermudas, con las chancletas de caucho y con la manga ziza de la camiseta, los lentes oscuros baratos -a los que pedí rebaja- y la cachucha con la visera hacia atras; esa es mi pinta de viaje, a lo que respecta a tierras calientes, para las frias agrego el saco de lana con cuello desvencijado, lo demás sigue inperturbable, ya que, siendo mis piernas huesos apenas recubiertos la temperatura poco se percibe propagandose en su superficie peluda.

Las tardes son las que nos sacan de la habitación puestas a punto con el hambre y el afan por los bailes. Habiamos hecho el amor desde las cuatro, hora en que descargamos la maleta, Ana dejó el sombrero en una puntilla y yo me quite la cachucha dejando ver mi pelo crespo seductor tan apilado y quieto como la cabellera de una estatua romana. Sus pechos -me había señalado- se habian caido un poco desde el último viaje a Anapoima; se los tomaba entre sus dedos regordetes y los levantaba hacia el lugar donde según ella estaban ese día hermoso de abril. En mi interior apasionado guardo la imagen primera de mi mujer dando saltos en un trampolin, con sus pechos siguiendo las trayectorias inerciales pero contrarias de la oscilación de la plataforma, allí, en ese momento, en esa danza árabe de las piscinas públicas, sentí lo que es el amor cuando salta en rollo a la piscina, salpicando gotas de pasión a los presentes.

julio 12, 2010

En la jaula

En estos momentos la esperanza sería como agua potable embotellada flotando en altamar. Nos hemos acostumbrado, eso si, mucho menos a los traslados que son insoportables, además, una caminata más y la ración de alimento empezaría a ser motivo de combate. Este parece un sitio alejado y escondido, de ahi que llevemos tanto tiempo en un mismo lugar. El agua mencionada, que en mis sueños he saboreado, también se desliza sobre la guaduas que hacen de canaletas, en el improvisado acueducto que debe parecerse en algo a los que el Vietcong, pero en los dominios temporales de colombianos en montaña o montañeros en camuflado.

Sobre las condenas no hay memoria, no deberiamos, y de vez en cuando nos recuerdan la penas que estamos pagando; aveces pregunto mi nombre y pido un espejo para relacionar ese sonido, con mayúscula al comienzo, con una figura humana, incluso, si fuera posible un deseo mi nombre sería Ringo, porque significaría ser un perro y los perros la pasan -y eso que el siglo XX fue austero en especies, ya todas en peligros de extinción- tan felizmente como lo hacían antes los burgueses o los herederos al trono. Al final me lanzan una sucesión de insultos poco ingeniosos y ni aparece el espejo aunque desearía el trato de perro (actual); la constante repetición del número me ha llevado a olvidar ese nombre viejo y a remplazarlo con las tres cifras asignadas.

No hay nada peor que ver el agua circular con ganas de ser bebida y peor aún la sed que no conoce de relevos; al hambre, por ejemplo, se la puede convencer con hojas o con insectos: abundantes en la tarde y en esa masa verde que antes me parecía una obra genial del creador. La sed nos quita las palabras y de ahi, creo, eso de la conversación poco fluida. Hoy pienso que el creador fue una obra genial y que un cerebro como el mio, muerto de hambre y de sed, no encontró en que más entretenerse. La ingeniería y su aplicación a los acueductos debieron surgir de personas bien alimentadas.