julio 12, 2010

En la jaula

En estos momentos la esperanza sería como agua potable embotellada flotando en altamar. Nos hemos acostumbrado, eso si, mucho menos a los traslados que son insoportables, además, una caminata más y la ración de alimento empezaría a ser motivo de combate. Este parece un sitio alejado y escondido, de ahi que llevemos tanto tiempo en un mismo lugar. El agua mencionada, que en mis sueños he saboreado, también se desliza sobre la guaduas que hacen de canaletas, en el improvisado acueducto que debe parecerse en algo a los que el Vietcong, pero en los dominios temporales de colombianos en montaña o montañeros en camuflado.

Sobre las condenas no hay memoria, no deberiamos, y de vez en cuando nos recuerdan la penas que estamos pagando; aveces pregunto mi nombre y pido un espejo para relacionar ese sonido, con mayúscula al comienzo, con una figura humana, incluso, si fuera posible un deseo mi nombre sería Ringo, porque significaría ser un perro y los perros la pasan -y eso que el siglo XX fue austero en especies, ya todas en peligros de extinción- tan felizmente como lo hacían antes los burgueses o los herederos al trono. Al final me lanzan una sucesión de insultos poco ingeniosos y ni aparece el espejo aunque desearía el trato de perro (actual); la constante repetición del número me ha llevado a olvidar ese nombre viejo y a remplazarlo con las tres cifras asignadas.

No hay nada peor que ver el agua circular con ganas de ser bebida y peor aún la sed que no conoce de relevos; al hambre, por ejemplo, se la puede convencer con hojas o con insectos: abundantes en la tarde y en esa masa verde que antes me parecía una obra genial del creador. La sed nos quita las palabras y de ahi, creo, eso de la conversación poco fluida. Hoy pienso que el creador fue una obra genial y que un cerebro como el mio, muerto de hambre y de sed, no encontró en que más entretenerse. La ingeniería y su aplicación a los acueductos debieron surgir de personas bien alimentadas.

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