La sensación de desconfianza no surgió en años recientes. Le dijo, una noche mientras leia junto a la cama, que ella siempre habia sido algo misteriosa.
Al comienzo, Ana y Sebastian, se encontraban en la cafeteria cerca de la universidad. Ambos pedian el mismo expresso, pero lo acompañaban distinto; él pedia una de las galletas con formas, variadas e inesperadas, mientras que ella, muy regularmente, pedia un trozo de torta de chocolate. Hablaban los escasos diez minutos que tenian antes de la primera clase, pero acordadan el encuentro para el almuerzo. En las tardes no todo era tan rutinario.
Al menos, una vez cada semana, los dos, pasaban por Josecito a la guarderia. La suegra que vivió dos años en la casa, lo cuidaba en las mañanas. Para Sebastian, es necesario comentar, fueron los años más angustiantes en su precoz vida de casado. La mujer, que sobrepasaba los sesenta, habia frecuentado un grupo de oración de su congregación particular. Iglesia con onerosos impuestos a la fé, pero a la que se le agradece la mudanza de la vieja. Uno de los días cuando los tres caminaban por la séptima, rumbo al apartamento, vieron por casualidad el deteriorado Monza classic parqueado en la esquina de los bares, con la suegra dentro. Le hicieron todo tipo de gestos desde el otro lado de la calle -no estaría mal, pensarían, arrimar las diez calles que hacian falta-, pero ella seguia sosteniendo el volante con ambas manos, inclinada pasadamente hacia delante. De pronto, arrancó. Y fue como si dependiera su vida de ello.
Asi desde un tiempo para aca, a la picadurita no lo cuida la abuela. La decisión no fue mia. ¡No saben los dificil que es conseguir una buena nana y que cobre poco! Ana no contempla retirarse de la universidad, asi que nos ha tocado contruir un horario de terror, con espacios desproporcionados entre clases. Como de recargar el horario de la guarderia y reducir las salidas de fin de semana, que tanto me alegraban. Ni modo, tampoco queria retirarme. Aveces viene la anciana a ofrecer su colaboración, y aún con mis dudas, reconozco que al diablito le hace falta. Lo curioso del asunto es que Ana descarta, de inmediato, las pocas ayudas -harto necesarias- argumentando necesades o mentiras. Creo que esto es el último de los extraños sucesos, porque ella, en condición de hija mantenida, deberia ser la persona que más confiara.
Al comienzo, Ana y Sebastian, se encontraban en la cafeteria cerca de la universidad. Ambos pedian el mismo expresso, pero lo acompañaban distinto; él pedia una de las galletas con formas, variadas e inesperadas, mientras que ella, muy regularmente, pedia un trozo de torta de chocolate. Hablaban los escasos diez minutos que tenian antes de la primera clase, pero acordadan el encuentro para el almuerzo. En las tardes no todo era tan rutinario.
Al menos, una vez cada semana, los dos, pasaban por Josecito a la guarderia. La suegra que vivió dos años en la casa, lo cuidaba en las mañanas. Para Sebastian, es necesario comentar, fueron los años más angustiantes en su precoz vida de casado. La mujer, que sobrepasaba los sesenta, habia frecuentado un grupo de oración de su congregación particular. Iglesia con onerosos impuestos a la fé, pero a la que se le agradece la mudanza de la vieja. Uno de los días cuando los tres caminaban por la séptima, rumbo al apartamento, vieron por casualidad el deteriorado Monza classic parqueado en la esquina de los bares, con la suegra dentro. Le hicieron todo tipo de gestos desde el otro lado de la calle -no estaría mal, pensarían, arrimar las diez calles que hacian falta-, pero ella seguia sosteniendo el volante con ambas manos, inclinada pasadamente hacia delante. De pronto, arrancó. Y fue como si dependiera su vida de ello.
Asi desde un tiempo para aca, a la picadurita no lo cuida la abuela. La decisión no fue mia. ¡No saben los dificil que es conseguir una buena nana y que cobre poco! Ana no contempla retirarse de la universidad, asi que nos ha tocado contruir un horario de terror, con espacios desproporcionados entre clases. Como de recargar el horario de la guarderia y reducir las salidas de fin de semana, que tanto me alegraban. Ni modo, tampoco queria retirarme. Aveces viene la anciana a ofrecer su colaboración, y aún con mis dudas, reconozco que al diablito le hace falta. Lo curioso del asunto es que Ana descarta, de inmediato, las pocas ayudas -harto necesarias- argumentando necesades o mentiras. Creo que esto es el último de los extraños sucesos, porque ella, en condición de hija mantenida, deberia ser la persona que más confiara.
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