abril 15, 2010

A tiempo

Mientras estiras las horas con ese afan enfermizo, colecciono los minutos que se te escapan. No son muchos pero son efectivos. He utilizado algunos para descubrir los ingredientes de la sopa, el fermento del café y los taninos del vino. Otros para decifrar la angustia, la timidez, la desconfianza; en el deseo necesito muchos más, pero en la mentira requiero horas. Soy muy confiado.

Me recordabas que solo fueron los primeros cinco minutos, en ese día de la fiesta de quince, cuando los dos por casualidad figuramos de acompañantes, los que en realidad ensamblaron la primera impresión, imperecedera. "Dos adultos confirmadisimos" -me dijiste, cuando salimos a bailar en la soledad de la pista, la canción que nos gustaba tanto, "entonces todo un éxito, y si no estoy mal, también para mis quince"- dijiste sumandole la cargajada.

No llevabas reloj, en esos días. En tu cumpleaños, por desgracia, te regale uno pequeño, de pulseras en cuero, con tinte rosado. No sé como diablos podias ver la hora en unas menecillas como esas, ya de hecho pequeñas, pero seguro que te gustó. Mi ex, recomendó el modelo en particular, segura de su atractivo. No se equivocó, pues ni en el sexo te lo quitabas. Además de iniciarte en la mania de observarlo a cada rato, incluso ni para averiguar la hora. "¿Acaso no acababas de ver el reloj?" -te recriminé una tarde. En fin, empezaste a medir el día que para ti , meses atrás, se componian de eventos. No quiero pensar que harás con el pasado, porque cuando quieras contemplarlo, seguramente no tendré tiempo para tí.

Ilustración de Ricardo Fumanal






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