julio 16, 2010

Los fines de semana, ella y yo.

La habitacion que habiamos reservado quedaba al fondo del pasillo. No era el peor de los hoteles pero debia ser uno de los más inhóspitos, dada nuestra preferencia a sitios apartados, económicos y extraños. Ana llevaba la misma ropa de los viajes anteriores: el vestido de flores purpura en fodo blanco, las zandalias de amarrar alto y el sombrero que se había ganado en la feria de Pamplonita. Ella había insitido en comprar el tiquete que no valia más que una cerveza y aún con mi negativa logró sacarme dos números; ella saltaba como un canguro basquetbolista cuando por los altavoces de la feria anunciaron el número ganador; el sombrero es una especie de obra de arte indigenista, pero muy resistente y la acompaña desde entonces. A mi me gusta viajar en bermudas, con las chancletas de caucho y con la manga ziza de la camiseta, los lentes oscuros baratos -a los que pedí rebaja- y la cachucha con la visera hacia atras; esa es mi pinta de viaje, a lo que respecta a tierras calientes, para las frias agrego el saco de lana con cuello desvencijado, lo demás sigue inperturbable, ya que, siendo mis piernas huesos apenas recubiertos la temperatura poco se percibe propagandose en su superficie peluda.

Las tardes son las que nos sacan de la habitación puestas a punto con el hambre y el afan por los bailes. Habiamos hecho el amor desde las cuatro, hora en que descargamos la maleta, Ana dejó el sombrero en una puntilla y yo me quite la cachucha dejando ver mi pelo crespo seductor tan apilado y quieto como la cabellera de una estatua romana. Sus pechos -me había señalado- se habian caido un poco desde el último viaje a Anapoima; se los tomaba entre sus dedos regordetes y los levantaba hacia el lugar donde según ella estaban ese día hermoso de abril. En mi interior apasionado guardo la imagen primera de mi mujer dando saltos en un trampolin, con sus pechos siguiendo las trayectorias inerciales pero contrarias de la oscilación de la plataforma, allí, en ese momento, en esa danza árabe de las piscinas públicas, sentí lo que es el amor cuando salta en rollo a la piscina, salpicando gotas de pasión a los presentes.

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