septiembre 18, 2010

Carretero en transito

Las ventas estaban flojas ese día, en tanto, alimentándose con la mercancía, ya que no había un peso para comprar algo diferente, se había sentado a unos metros de la carreta, debajo de la sombra refrescante de un almendro enorme, un hombre que ofrecía a diario las frutas en cosecha, esta vez los aguacates como una fina margarina dulce, verdes frutos amontonados en una pirámide a escala de la pobreza, en las calles de la vieja y solitaria Villa de Amaral, cerca del puente del centenario y esperando algún bus intermunicipal, compradores ocasionales, tiempos mejores. El calor pegaba de lleno en ese medio día, normal en estos meses de vientos, cuando las nubes se van hacia el norte a darle a los ríos el caudal que los enfurece, por eso no es extraño, aún con las brazas que simulan ser piedras, que los ríos se crezcan hasta llevarse las chozas.  

Al comprobar que era inútil su espera, ya pasados a mejor vida tres aguacates, se acostó en el prado seco y mutilado de las riveras del rio Magdalena: un enorme contaminado que es como la vena cava superior de un país desangrado. Las preguntas, las mismas de siempre, lo acompañan en esa actividad que no es un descanso, es más una tortura, ya que "para pensar profundo se necesita dinero y tener el estómago lleno" diría una noche frente a la hornilla de las arepas. Así, tendido, al ver las hojas maduras, con el tono naranja, no le figuran un tono de las nubes en las tardes de ese agosto de calor infernal, sino que le recuerda su infancia que como si fuera un cuento incompleto, pasando mentalmente las hojas de un libro olvidado en un cajón del tiempo cuyas paginas no cuentan historias sino que exhiben planas, frases repetidas, y como el mismo diría "una historia que no da si quiera para un párrafo"