enero 17, 2011

La dama y sus mascotas

Leía la dama del perrito de Chéjov mientras esperaba el autobús de la mañana. En la fila empezaba haber desesperación por la tardanza, pero los reclamos y los comentarios de extraños congraciados no me separaban de las paginas. Al margen, Luisa, me había escrito un pequeño párrafo en lápiz y había llenado con grafito un corazón diminuto en la esquina superior derecha. Una flecha sugería una frase en particular pero a mi este tipo coartadas nunca me gustaron, es como obligar al amor, obligar a la lectura.  Imposible no recordar a mi abuelo, que cuidada de sus libros como si fueran supraorganos y me repetía que el oficio de tatuador de libros debía considerarse un delito, tan vil, pero no encarcelable, como la deslealtad. Mi abuela coleccionaba libertad, en jaulas de alambre, muy en contra de sus preceptos católicos, lo hacia como contraprestación a una artritis degenerativa, tal vez verse como un dios que ama pero cercena, le devolvía mucho la comprensión divina.



Luisa, mi amiga del alma. También lectora. Igual de izquierda, no de la agarofóbica. Que me hace regalos, los mejores, incluido esta recopilación de Chéjov, quien prepara los mejores cócteles, la pasta mas suelta y los mejores revolcones casuales. Mi Luisa. Antes de entenderla, por mi abuela, la entendí como ella. Pero no acepto en su casa las jaulas, los pajaros  en las prisiones de metal.

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