octubre 21, 2010

Percolator

Imaginaste el paisaje aquel, contenido en la instantánea de la vieja polaroid, lo viste, lo deseaste, mucho antes de que el obturador hiciera de las suyas. Recuerdo que cuando viste la imagen surgir como fantasma sonreíste malvada por tener el poder natural de atraer con la imaginación hasta lo más ridículos momentos. De vez en cuando saco la fotografía de una caja decorada, de tantas que dejaste esparcidas por la casa de los viejos, y veo aquel potrero greñudo, las montañas en monotonía de los cafetales y, sobre todo, aquel árbol de guayaba donde balanceabas las piernas colgada en una de las ramas. La imagen no está muy enfocada, parece ser que la única parte nítida son algunas ramas secas, cerca de tus hombros desnudos.

Fue en pascuas donde atrajiste la cafetera. Nunca hicimos de mormones con el asunto del café aunque odiábamos por igual la religión como los cafés de greca; definidos precisamente como los hijos de la gran puta. Pero ni siquiera las palabrotas arruinaban los gestos de mujer educada. Fue un viernes, cansados de la mezcla indefinible de agua de panela y café, servida a todas horas en la casa de los abuelos que nos llevo a reclamar los hedores, menos farsantes, del destilado grecario; ¡así estaríamos de desesperados! Y fue cuando cerraste los ojos para pedir, como en trance, una cafetera, artículo imposible en el reino de la gran puta. Pensé que allí quedaría, y para siempre, toda esa palabrería tuya de los libros de auto-ayuda; tal vez sería la tumba de ese tema inacabable de la "visualización" y "del universo conspirando" Debo reconocer que estuve a punto de creer en toda esa basura seudocientífica y más aún con la aparición milagrosa del aparato dentro de uno de los carros de cachivaches, único, olvidado, pero funcional.

octubre 11, 2010

Refugio

Espero llegar a la amplitud de un abrazo, aunque puede ser uno de los normales, prefiero que sea, en uno de los días especiales; reposar en el valle palpitante de tus pechos incipientes, para descubrirme en mi tierra, en mi casa, en mi refugio. Sé que hablamos poco para lo que tenemos que decirnos, y de nada servirían las palabras, seguro. Dejo de preocuparme por todo aquello que debería destruirnos, todo lo que podría alejarnos, porque, de forma inexplicable, me siento adormecido mentalmente por el aroma vegetal de tu piel lunareja, o del aroma artificial de tu cabello negro. Dejo de pensar y eso debería ser buena señal. En fin, como a veces podría decírtelo, cuando quedamos atrapados en la quietud, me siento en confianza en ese lugar propio y sin domicilio.




octubre 09, 2010

Rastros

Lo habíamos seguido desde el pasado lunes, uno de los día que elegían los superiores para las pesquisas. Nada extrañaría que un lunes nos despidieran, o mejor, nos mandaran a matar; si me pusieran a elegir (algo que nunca ha sido siquiera contemplado) me gustaría que me descargaran dos tiros en la cabeza, con lo ojos vendados, sentado en una de las sillas que elegimos en los interrogatorios y que para nada son cómodas, como quien quiere viajar en su último y más importante viaje en un asiento, en una ubicación, de tercera categoría. En fin, habíamos pasado las noches en un automóvil desvencijado, comiendo lo poco que arrojaba la calle del centenario, plagada de bodegas y soledad. El tipo aquel, algo menesteroso para ser un pez gordo, llegaba a horas puntuales en una camioneta Ford roja 85, pasaba frente a los otros vehículos estacionados frente a uno de los edificios abandonados, siempre fumando, nunca deprisa y se metía en una de las puertas a medio poner que suponían una guarida espantosa. El teléfono estaba chuzado desde hace meses, pero, o bien adivinaba intervenciones o es que no tenia en las palabras algo que emparentar. Algunos sapos había desaparecido y los informes últimos no eran más que insultos a nuestra suspicacia. De hecho, a menos de unas pistas casuales, el hombre flaco de aspecto descuidado, debería ser un camionero cualquiera.

octubre 07, 2010

Descuido

Al llamado de unos dedos pasaron a cercar la pareja. Dos más tapaban las salidas. Ellos, inocentes, venían atrapados en la inmediatez del conjuro sensual, arrastrándose en besos por el callejón incorrecto.

octubre 02, 2010

Sospechosos

En contraste estaban los Alemanes. Ellos sabían muy bien a quien armarle una guerra y siempre estaban calculando sobre los escritorios ultra ordenados, asépticos y brillantes. Sus peinados nunca sobrepasaban en parentesco al césped de los campos de golf, en donde ahora, venidos todos a menos, paseamos a los perros. Pero no deberíamos preocuparnos, la guerra ya la tendríamos perdida; a un latino el arte de la guerra nunca le ha despertado sensibilidad, como a ellos la salsa o el merengue.

Nos preocupan más los polacos, y eso no quiere decir que las sospechas hacia los bávaros mengüen, por el contrario, algunas mulatas han estado espiando, tanto en los lavados y en la limpieza de los muebles (incluidos los escritorios) como dentro de las sabanas, y de allí, del más antiguo nicho de mercado, algunos pesos extra que a los maridos parecen caerles de maravilla, no importa los comprobados gustos bizarros, en aquellas actividades, padecidos por las señoras. Todo sea por una justa causa.

Así, los polacos: bichos atormentados que nunca son lo que parecen, son el tormento diario del campo de exiliados. Ellos y en menor medida los rusos, que se la pasan cultivando la giba frente a los tableros de ajedrez; no porque sean belicosos, solo es que no pueden con la tremenda sospecha. Refrigeran cuanta conversación pueden, lo hacen detrás de un ingles a metralleta, y a granadas, que dice lo esencial o menos. Las mujeres a falta de lana virgen regurgitan una especia de cinta que van cortando y ordenando en madejas. De allí que sean las mujeres menos apetecidas, además de ser las mas delgadas.