En contraste estaban los Alemanes. Ellos sabían muy bien a quien armarle una guerra y siempre estaban calculando sobre los escritorios ultra ordenados, asépticos y brillantes. Sus peinados nunca sobrepasaban en parentesco al césped de los campos de golf, en donde ahora, venidos todos a menos, paseamos a los perros. Pero no deberíamos preocuparnos, la guerra ya la tendríamos perdida; a un latino el arte de la guerra nunca le ha despertado sensibilidad, como a ellos la salsa o el merengue.
Nos preocupan más los polacos, y eso no quiere decir que las sospechas hacia los bávaros mengüen, por el contrario, algunas mulatas han estado espiando, tanto en los lavados y en la limpieza de los muebles (incluidos los escritorios) como dentro de las sabanas, y de allí, del más antiguo nicho de mercado, algunos pesos extra que a los maridos parecen caerles de maravilla, no importa los comprobados gustos bizarros, en aquellas actividades, padecidos por las señoras. Todo sea por una justa causa.
Así, los polacos: bichos atormentados que nunca son lo que parecen, son el tormento diario del campo de exiliados. Ellos y en menor medida los rusos, que se la pasan cultivando la giba frente a los tableros de ajedrez; no porque sean belicosos, solo es que no pueden con la tremenda sospecha. Refrigeran cuanta conversación pueden, lo hacen detrás de un ingles a metralleta, y a granadas, que dice lo esencial o menos. Las mujeres a falta de lana virgen regurgitan una especia de cinta que van cortando y ordenando en madejas. De allí que sean las mujeres menos apetecidas, además de ser las mas delgadas.
1 comentario:
No se porque pero me viene al cuento decir algo de los checos, insipidos seres que maquinan al compas no solo de sus compases.
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