Relato eucarístico. Definiendo su contorno, reclamo un cuerpo dócil; a mi pesar, ella no le gustan las relaciones con régimenes, aunque tuviera un dominio limitado y constreñido a su desden. Asi son las cosas cuando te fijas en una mujer en la que todos se fijan. Asi son tambien las normas cuando la belleza dentro del pastel, hace todo lo posible para negar la existencia de una amante sin pedigri. Después de que me pidiera el número de celular, mi días se agrupan en dos grandes grupos.
El retorno a mis días de mortal empiezan temprano. Salir del edificio, caminar hasta el paradero, conducir. Aparcar, subir al ascensor e instalarme en la oficina. En la oficina, hacer poco y aparentar mucho. Almuerzo. Al termino, alguna bebida caliente, bien puede ser té , ya que favorece la digestion. Tarde. Alguna charla con café, sin azucar. Insulsos comentarios y los chismes que son un simbolo patrio. Caminar. Regreso al parqueadero. Conducir como agonia o la supremacia de los claxones y los madrazos; sé que me transofrmo al volante. Apartamento. Cena. Algo de televisión. Cama. Fin del día, ella no me llama. Nombre del grupo: días corrientes.
Un día de exaltación comienza normal. Los días felicies aparecen después, incluso cuando ya han terminado. Se convierten ayudados por la memoria, y es la recopilación, en la edición, cuando pueden llamarse asi. Me despierto y sigo con un corriente. Suena el timbre del celular, número desconocido. Muy probable que sea ella. Contesto y salgo de un corriente inmediatamente al espontáneo. Un día asi sigue igual, pero con un encuentro, mayoritariamente, a las 6.30, en la 93 con quince, en el lugar de los perros calientes que a ella tanto le gustan. Empaco en un morral -comprado para tal función- una chaqueta, los tenis negros y la camara fotográfica.
Ella ha sido muy puntual. Me exige que llege siempre unos minutos antes, porque la idea de esperar la aterra. Además nunca faltan el tipo valiente que busca hablarle. Nunca llega con la ropa que usa en la visitas. Me veo como uno de sus clientes, disfrutando al quitarle los pantalones ajustados o desprenderla de las blusas de estudio F. Pero, solo imagino. Entre sus exigencias esta que me acueste a su lado, pase un brazo por debajo de su cuello y la abrace con el otro. Sus pijamas, son traidas del medioevo. También estan las fotografias, que son hoy en mi apartamento. Una de mis recompensas es verla quintandose la ropa. Otra, son los besos que me regala en público, o los abrazos, porque a nadie se le ocurriría que ese portento de mujer saliera con migo, al menos sin pagarle.
El retorno a mis días de mortal empiezan temprano. Salir del edificio, caminar hasta el paradero, conducir. Aparcar, subir al ascensor e instalarme en la oficina. En la oficina, hacer poco y aparentar mucho. Almuerzo. Al termino, alguna bebida caliente, bien puede ser té , ya que favorece la digestion. Tarde. Alguna charla con café, sin azucar. Insulsos comentarios y los chismes que son un simbolo patrio. Caminar. Regreso al parqueadero. Conducir como agonia o la supremacia de los claxones y los madrazos; sé que me transofrmo al volante. Apartamento. Cena. Algo de televisión. Cama. Fin del día, ella no me llama. Nombre del grupo: días corrientes.
Un día de exaltación comienza normal. Los días felicies aparecen después, incluso cuando ya han terminado. Se convierten ayudados por la memoria, y es la recopilación, en la edición, cuando pueden llamarse asi. Me despierto y sigo con un corriente. Suena el timbre del celular, número desconocido. Muy probable que sea ella. Contesto y salgo de un corriente inmediatamente al espontáneo. Un día asi sigue igual, pero con un encuentro, mayoritariamente, a las 6.30, en la 93 con quince, en el lugar de los perros calientes que a ella tanto le gustan. Empaco en un morral -comprado para tal función- una chaqueta, los tenis negros y la camara fotográfica.
Ella ha sido muy puntual. Me exige que llege siempre unos minutos antes, porque la idea de esperar la aterra. Además nunca faltan el tipo valiente que busca hablarle. Nunca llega con la ropa que usa en la visitas. Me veo como uno de sus clientes, disfrutando al quitarle los pantalones ajustados o desprenderla de las blusas de estudio F. Pero, solo imagino. Entre sus exigencias esta que me acueste a su lado, pase un brazo por debajo de su cuello y la abrace con el otro. Sus pijamas, son traidas del medioevo. También estan las fotografias, que son hoy en mi apartamento. Una de mis recompensas es verla quintandose la ropa. Otra, son los besos que me regala en público, o los abrazos, porque a nadie se le ocurriría que ese portento de mujer saliera con migo, al menos sin pagarle.