noviembre 30, 2010

Tiempo de regresar


Mirar por la ventana, componer con las imágenes en movimiento. Tantos potreros y manchas blancas que, por el contraste con negro, podrían ser vacas o algún cromo repetido de los llanos, aunque con la velocidad del autobús es poco lo que se diferencia. Podrían ser fantasmas, un vínculo con los tal vez. Ni las montañas, que volvería a encontrar, por la escases en la planicie, que con su tamaño geográfico le sirven de aliciente, sin el ahogo repentino de un concepto arcaico, ese de que la tierra es plana y en lontananza espera un abismo, caída perpetua. Jerónimo, al que seguían las garzas caminaba por la rivera del rio con la canasta llena de pescados, mientras recordaba, él, un proverbial amaestrador de aves silvestres a las que compensaba con pequeños peces plateados que pescaba con un costal de fique, en los meandros del Vaupés, el día en que bajo de la cordillera oriental con sus padres adoptivos, nunca como ayer, nunca como hoy, en la silla del autobús de regreso, imaginó que la costumbre es tan buena maestra, tanto para la supervivencia como para el olvido. Ya se sorprenderá, de nuevo, con los cafetales y las serpenteantes carreteras destapadas, tanto o más que con las sabanas inundables, las plantaciones de palma y la sensación de libertad.

La imagen fue tomada del blog EL Extranjero: http://vincent-el-extranjero.blogspot.com/2010/11/mi-horizonte.html

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