noviembre 08, 2010

El regreso

A la espera del anuncio, tomó su cuarta tasa de café cerrero preparada por el mismo ante la adversidad de la diabetes: un signo fatal en su anónima pero prolífica genealogía. Dentro de las ramificaciones algunos pocos de renombre, muchos conformistas, dos suicidas, un cura, un posible homosexual, y, por el momento, ningún escritor famoso. ¿Debería asumir con valentía esta terea? –se preguntaría en voz de uno de sus personajes.  Y no hizo más que conformarse con el destino.

Un papeleo insistente lo perseguía por cada pulgada de su escritorio victoriano, cada palabra suya hecha presa de la tinta y cada idea contenida, en estrechez, en la pobre sintaxis de los nacidos bajo la mecanografía de índices y pulgares. Se amontonaba en las hojas cuadriculadas, sin enmiendas, salidas todas en automatismo del escribidor – troquelador; automatismo en una línea de producción: las letras y los párrafos como quien vende arepas y necesita vender mucho para ganar algo. Regresaría y lo sabia en el mismo momento de la despedida aunque quería recibir de su público algo de aclamación, una llamada, un e-mail…Y lo recibió todo, incluso una llamada extraña en horas incomodas, navaja filosa para un matrimonio inestable. Terminó la tasa quinta, o la quinta tasa, por ello de los giros literarios, a eso de las once menos cinco, y leyó algunos de los mensajes, con detenimiento y alborozo, antes, claro, de la llamada.

Del automatismo hizo carrera y de esa especie de posesión literaria, como el médium que invoca al pequeño Larousse ilustrado, conquistó cada tonta primeriza universitaria. Rita María, quien había llamado esa noche, más que una seguidora, una bloguera, es una mentirosa metódica, cruel asesina de palomas y traficante de monografías o tesis de grado para la universidad donde Enrique es profesor. José Enrique Bustamante, señor por el bigote, acumulación de lípidos y algo de calvicie prematura, sin embargo, aún sigue en los treinta, seis, para ser exactos; había sido, por el azar de una moneda de doscientos, la nueva fuente de ingresos para Rita, quien estaba hasta las braguetas de redactar, leer y fusilar. Fusilar, como un sinónimo de fraude.   

Quiero uno para mi, solo para mi- decía Rita; él, claro, estaba en la fría extensión de la terraza, el lugar menos público de la casona, lejos del espectro radiofónico de los oídos de su esposa; ella secuestrada, afortunadamente, al lecho, por un lumbago incapacitarte de los fríos bogotanos. Mándame uno, no sabes cuanto lo necesito. Mientras fumaba recordaba esas últimas palabras, y recordaba a un poeta autentico cuyo soneto hablaba de las necesidades especiales, las suyas y las de Rita María: la debilidad del artista, su público, la del criminal: la victima.

Continuará....

2 comentarios:

Vincent dijo...

Un escenario muy interesante mi amigo. Me gustó mucho la descripción, hay algunas situaciones con las que pude sentirme identificado en cuanto a esta actividad de escribir.

Estaré muy pendiente de la siguiente entrada. ¡Un abrazo!

Mariano Magnifico dijo...

Coincido con el comentario anterior. La monotonía y rutina de la vida del sujeto pudo ser sentida por mis sentidos, excelentes descripciones. Geniales palabras utilizadas. Saludos.