junio 08, 2010

Rutas del engranaje

Es una madrugada diferente, esta vez, los dos, iban en la vieja camioneta continuando su trayecto por las montañas, por las peñas lloronas. Nombre que proviene de unas palabras indigenas, por cuenta de los arroyos que caen, y en muchas ocasiones, sobre los autos que miden las carreteras talladas en las abruptas pendientes. Los avisos recuerdan la cautela con la velocidad pero Julian hundir más no puede el acelerador; la tercera, que no es la última, el aliento final de las velocidades en el destartalado pero confiable Ford 75. Ana mira los precipicios a la derecha, el vidrio está del todo abajo, y saca su mano blanca para que el aire pase por sus dedos abiertos. Las casas se parecen a cajas de cerillos, a un pesebre decembrino donde Kaiser, si se descuidaban los presentes, solia echarse. Algún día tendrá que contarnos con detenimiento esa mañana cuando el perro se levantó con las ovejas adheridas al pelaje amarillento y a Maria siendo transportada en el hocico. En la radio suena la canción de Arizona loves mientras el paisaje recupera la linealidad, ya que las curvas nunca fueron buenas para el inestable estomago de la mujer. Alguna depresión en la carretera le hace simular el vacio, la sensación de vertigo, de la montaña rusa de su ciudad natal, que sus residentes nunca se cansaran de recordar es la estructura en madera más alta de la costa oeste. El piloto que no es un chofer, aveces la mira sonrreir. Estira su mano y acaricia sus piernas delgadas que sobresalen del vestido de flores blancas. Ella nunca ha aprendido a contener sus emociones y se precipita sobre él con un abrazo felino; se sontiene sobre su cuello rollizo y le besa al estilo burgues. El Auto sale un poco de la via, pero vuelve al curso, en la linea recta, dejando atras las montañas de la reserva. Del estómago estan mejor y del ánimo también. Los primeros diez kilometros de escape, ¿qué diran los hermanos, los viejos y Kaiser cuando despierten?

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