El parque o centro, uno, o mejor casi único, aserto del pueblerino y su corte que marcha por las mismas y chismosas calles. Arriba- que es como en Bogotá el norte- se encuentra ese, no sé si agradable o deplorable, lugar de confluencia obligatoria, con los enormes árboles y palmas, de belleza vegetal, allí constantes y, ¡sin culpa!, adornando la plaza que les debe todo el brillo, toda la simulación de semi-eternidad prodigiosa, de crecimiento constante. Abajo de las copas, el pueblo, que languidece; los recuerdos desgastados que justifican el fervor popular, incluso, hasta replicando al infante, al inocente, el gusto enfermizo por el pasado prospero. Mi pueblo resume el veloz nadado de perro de su evolución en una estructura sin imaginación: una plaza con prados y árboles a la que rodean cafés y tiendas, bancos y panaderias, unos supermercados, bares y discotecas, el paradero de los taxis y buses...Les hago caer en la cuenta de lo parecidos que somos entre miserables y de las escusas que utilizamos, tanto miserables como decadentes, para argüir: "nosotros no estamos tan mal". Pueblo de mis recuerdos, vives en la modorra y de los que se marchan. Calles repetidas, aburridas; aceras con moho, pinturas descascaradas; losas de concreto con pastos emergentes, ¿asi quieres convencerme de tu majestad?.
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