febrero 22, 2010

Reflexión anónima

El señor que atiende en la cafeteria sirve deprisa la porción que se acomoda a la huella de la enorme cuchara; dispone tres de los cientos de platanos fritos junto a la carne a medio cocer y el arroz implecablemente blanco. ¡Buen provecho! - dice sin mirarme. Acerco la bandeja plástica en la que deposito el plato y me dirijo a una de las mesas, que puede o no ocuparse antes de terminar la fila junto a la ventanilla de pagos.

El casino, como le llaman a este lugar sin blackjack, esta al límite de su capacidad; y compartir la mesa es de nuevo la acción buena del día, incluida conversación y critica a los componentes misteriosos de la sopa verde - musgo. Una risa que no para y un repique de perforadora, desde la calle, con algún pitido de automovil y graznido de sirena, son algunos de los ruidos de la selva. De las orejas sobresale, como boyas, los tapones auditivos de cordel, que aún metidos hasta el yunque, se puede escuchar las conversaciones banales de tres mesas a la redonda.

El puente que se construye une el centro histórico con la avenida el dorado. La obra, ya muy adelantada, continua evolucionando rutinariamente, bajo los primeros goterones de mayo, cuando en Bogotá no para de llover. Un formulario de registro con seis columnas y un radiocomunicador que no deja de traer voces y frases entrecortadas, esta vez en el cuadrante 26F de la sección que se ensambla a los pilares centrales, de pie, tomando nota de las dos secuencias y los parámetros mínimos a conseguir, está el supervisor de casco blanco, lentes oscuros, con el almuerzo a medio digerir.

Mientras relaciona cantidad con calidad observa a uno de los obreros, mientras este camina por una de las vigas de acero. Aparenta ser un hombre mucho mayor a los veinte y tantos que en realidad tiene. No es un trabajo fácil. Ha visto pasar en estos dos años de obra a cientos de trabajadores de todas las edades, con un compromiso inical plagado de necesidad, pero que se marchan convencidos que podrán encontrar algo menos mortificante. "Algunos siguen hasta hoy" El joven que como trapecista lleva un martillo neumatico, es uno de los nuevos y como todos entenderá que los que amamos este trabajo no hacen precisamente lo que él está haciendo.

La construcción es magestuosa, basta ver el diseño, funcionabilidad y el proceso constructivo, todos inéditos en la capital. Se dotará al sector de una obra que le traerá descongestion, celeridad y modernidad. A pesar de ello, solo los que tienen tiempo de escribir en papelitos no damos cuenta de ello. Para todas estas personas que trabajan, aparte del incentivo de recibir la consignación mensual para pagar sus estrechas cuentas, estas consideracioones son menos que tangenciales.

Y es asi en casi todas los niveles. Al supervisor le interesa cumplir, salir temprano, engordar su hoja de vida, aprender un poco y obtener un ascenso. Al jefe maestro, le interesa su imagen. Al arquitecto su diseño y al ingeniero residente como lograr ese diseño. Al jefe de bodega a que el flujo se mantenga, constante. Al del astaco, a que terminen rápido y al alcalde, presto a cortar el liston. Nos interesa la obra solo en la parte que nos beneficia o perjudica, individualmente. Pero ¿No somos acaso artifices del progreso?, ¿Acaso cada trabajador en el puente no entrega cada día un día de su vida a su ciudad, para que esta se vuelva mejor para todos? ¿Esto no es también un gran incentivo?

Es fácil suponer que si existieran mas trabajos estariamos con déficit de mano de obra, ya que nadie trabajaría aqui, salvo supervisores para arriba. Queda claro que la razón de pasar por tantas incomodidades y esfuerzos no es otra que el benefico personal, la llana remuneración, tal vez algo de aprendizaje y relaciones laborales. Las metas sociales, los objetivos grupales y la representación individual en lo colectivo como forma de exaltación quedan fuera de la discusión.








2 comentarios:

STAROSTA dijo...

GRACIAS. CON PERMISO.

Balam dijo...

¡Siga!... tiene mi permiso.