noviembre 25, 2010

Vimos caer las hojas

El jardín lo había regado sin prisa. Algo del purpura de las flores preferidas seguía entre los verdes lustrosos; el tiempo de la florescencia había pasado y de eso los pétalos descoloridos, las hojas secas y las arrugas cerca de los ojos grandes e insinuantes podrían dar una señal. Pasaba las mañanas entre los restos de la familia, alguna novela mexicana y los manuales de bricolaje para señores. Sin un hombre, los arreglos más sencillos pasaron a ser un reto, aunque nada que un buen libro no pudiera enseñar. Las fotografías amontonadas en cuanta mesita o superficie libre, le habían llenado de rostros conocidos y sonrisas puestas la amplia, saturada y solitaria casa de dos plantas. Algunos de los cojines de los sillones tenían cortadas irregulares que descubrían el color a espuma sintética ya que los gratos se aburrieron de destrozar las alfombras y las patas de los muebles que, aunque en ruinas, seguían con la limpieza rutinaria de los tiempos de la familia. Carmenza Duran, Carmencita, nunca dejaría de regar los crisantemos, cada tercer día en la tarde, ni abandonaría la casa por muy grande que le quedara, porque el recuerdo de los suyos es lo único rescatable dentro de los numerosos cuartos, las paredes empapeladas y de su vida en marchitez.

1 comentario:

Mariano Magnifico dijo...

Los jardines transmiten tantas historias. Gracias por seguirme. Seré un fiel lector a este blog.
Saludos