agosto 02, 2010

El día que te ví llegar

Sortearás el coche cuando se aproxime de frente y lo harás sin éxito. Mientras des las vueltas en el aire una película se revelará completa en tu cabeza, desde el inicio hasta el fin que coincide con la aparatosa caída. Me encontraré cerca de los acontecimientos volando en círculos, dejando que las puntas de mis dedos acaricien el pavimento y traspasen los materiales sólidos. Los aleteos son ondas que mueven las cabelleras de los curiosos, un domingo en la mañana; una señora organiza su cabello castallo que se ha desordenado por las ondas de aire a mi paso. Te ves hermosa desde estas alturas. Esperarás dentro del cascaron, querida, porque de allí no te levantarás en hueso, lo harás en espectro. Ese mismo día miraras mis ojos y reconocerás de inmediato el amor, en los mismos rasgos que olvidaste al nacer. Nunca es tarde para volver. Aquí estoy como siempre esperandote, aún en las visiones del futuro.

Ahora puedo verte salir de tu apartamento con el corazón hecho pedazos. Siento tus latidos y siento la respiración agitada. Sé que el hombre que dejaste adentro traiciono el juego sucio del amor. Jugaste limpio, bien por tus creencias. Asumo que las lágrimas no dejaron que vieras el Chevrolet acercarse de costado. Adivino que las medidas de seguridad, tan persistentes en ti, no fueran tema de importancia, pero salir corriendo a la calle en bata y en pantuflas fue una completa locura.

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