Esa tarde se dirigía al Cedral contratado por los amigos de su esposa, Miranda, quien le rogo hacer un descuento especial. Caminaba sobre su único pie natural y se apoyaba en una prolongación a manera de pierna en madera de eucalipto. Mucho se había hablado de la prótesis, que parecía ser uno de esos logros mayúsculos de su prodigiosa forma de tallar la madera, poco en realidad de las circunstancias de la perdida del miembro y nada de los orígenes de su talento.
Amalgamado como un pecado tenía en su mirada los rasgos de dicho talento. Al constatar la presencia de los espíritus solía inclinarse despacio y saludar a las figuras que parecían recibirlo desde la distancia. Sus ojos, de un marrón pálido, producían el mismo efecto del ventilador cuando en un ambiente saturado de calor pasaban las corrientes de aire agitado. Incluso el mismo efecto del gato hidráulico para el peso del duelo, que como la roca de Eufrantes crece como una planta alimentada de los recuerdos; un mínimo artefacto para la tristeza de la muerte en el portaequipaje.
En su recorrido pensó en los mismos temas mundanos de siempre. En su paso y en la cadencia de la cojera, respiraba profundamente, cerraba y abría las manos con vigor. No usaba bastón aunque debería, los años traen desgaste a las articulaciones y a él ese bamboleo al caminar le había traído fuertes dolores de cintura. Unos años atrás podría haber hecho de su facultad una fortuna, pero de alguna manera a los espíritus les gustan las almas nobles con bolsillos pobres. Lo mucho que ganó lo repartió entre sus seis hijos y algunos ahorros deberán servirle en los años que llegan, porque la credulidad es una tasa de café sin orejas y no hay nada mejor que un buen tinto caliente en las mañanas. La experiencia de la muerte es vista como la finalización de un retorno y no como el inicio, o continuación, de la espiral; así, como conclusión, los clientes deben ser menos cada día.
Unas cuadras antes de llegar al sitio, salía de sus imágenes terrenas y se imponía una serie de rutinas trascendentales. Primero la respiración: ingresaba grandes cantidades de aire por la nariz y las expulsaba lentamente por la boca. Continuaba la imaginación: atraía los recuerdos queridos y las imágenes preferidas, inventaba un pequeño cuento con ellas. Por último cantaba una cancioncilla, que se había aprendido al revés y terminaba con un aplauso. Al término, se quitaba su pierna y se descalzaba el pie. Entraba en la casa repleta de pesares. Sonreía a los vivos y saludaba a los muertos. Usaba las paredes como apoyo y en saltos recorría la casa imponiendo un total silencio a los presentes. En unos minutos, en alguno de los saltos del recorrido, se quedaba inmóvil y desde su garganta salían los ruidos que poco apoco se convertían en palabras y luego en frases…en ese momento él ya no es él, es otro u otros.
Con el dinero y el estomago repleto regresa a casa. Algunos lo habían despedido entre lagrimas, agredecidos y con un nuevo semblante. La rebaja no se habia hecho efectiva, incluso aumentaron el precio con una bolsa de pan fresco, unas frutas y un bastón de Guayacan -que seguró en breve utilizará. En el trayecto separa en dos la paga recibida: en un bolsillo el valor con rebaja y en otro la rebaja. También vuelve a sus pensamientos que son los mismos de siempre.
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