agosto 12, 2010

A la chica gordita

Apuesta que puedo abalanzarme sobre tu figura redonda. Finge mientras puedas y muestra seguridad, ya sabrás la malicia oculta en mis lentes de astigmático. Te crees poderosa con tus enormes brazos, pero eres frágil. Me miras y decides convencerme como lo hace un mimo, mediante el absurdo complot del silencio y los gestos. Odio a los mimos. ¿Sabes? le temo a los payasos desde niño...eso no debería importarte; pero haces bien el trabajo de hacerme reír. Si fuimos caldo en la hambruna de la humanidad, tu serias la pechuga y yo sería el cilantro. Mientras los muslos seductores de pavo decembrino se meten dentro de esos ajustados jeans y mientras el enorme trasero que sustenta el devenir de la inconstancia femenina o mientras eso reproche la desnutrición, existirá paz en el mundo. Hasta ahora todo esta bien. Pero eso para ti saldrá mal. Un día escurriré mi mano más allá y sentirás mi mano, la sentirás y no querrás que la retire, porque la traerás con cuidado al mismo lugar donde antes, con tus ojos blanqueados, despreciaste, la llevarás al lugar ese donde el tocino formado despertará tu apetito, lo supongo voraz.

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