agosto 13, 2010

El paso

Una autopista extensa, derivada en la distancia, se proclamaba ante ellos cuando todo parecía indicar que pasarían otras horas entre el matorral. La frontera quedó atrás y desde hace un día los amigos, la familia y el pueblo parecen un remoto pasado. La tetera estaba vacía y los víveres consistían en dos latas de atún, medio pan y una bolsa de sal; algunos cerillos impermeabilizados y una navaja que cortaba como katana. La planicie asustaba y las gotas de un nuevo aguacero terminaban por arruinar la mañana. Es lunes, un pésimo día para caminar por tierras extrañas. Es marzo, un mes propicio para el enamoramiento y la nostalgia, nunca para la aventura. Rondamos el 97, un año maniaco, con la exaltación de la individualidad y el compromiso de un nuevo siglo. Con todo, la parte de la ensoñación: la congestión de las ciudades, sobrepoblación, la tabula rasa del optimismo y de hecho las soluciones -no meditadas, sino intuidas- de emigrar al norte. Unidos por la necesidad, aunque aún de amor se hacen cosquillas, peor arresto para continuar las caminatas sin fin: la desconfianza. ¿Es mi amado, de al lado, el correcto?- piensa Aurora, que no puede ver más que sus zapatos mientras avanza en el asfalto; Adidas - elemental walking- confortables hasta que se llenan de agua. La mano que la sostiene es de Fercho, Fernando Luque, quien no tiene pensamientos para describir, no así un deseo, un antojo: escapar.

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