Una autopista extensa, derivada en la distancia, se proclamaba ante ellos cuando todo parecía indicar que pasarían otras horas entre el matorral. La frontera quedó atrás y desde hace un día los amigos, la familia y el pueblo parecen un remoto pasado. La tetera estaba vacía y los víveres consistían en dos latas de atún, medio pan y una bolsa de sal; algunos cerillos impermeabilizados y una navaja que cortaba como katana. La planicie asustaba y las gotas de un nuevo aguacero terminaban por arruinar la mañana. Es lunes, un pésimo día para caminar por tierras extrañas. Es marzo, un mes propicio para el enamoramiento y la nostalgia, nunca para la aventura. Rondamos el 97, un año maniaco, con la exaltación de la individualidad y el compromiso de un nuevo siglo. Con todo, la parte de la ensoñación: la congestión de las ciudades, sobrepoblación, la tabula rasa del optimismo y de hecho las soluciones -no meditadas, sino intuidas- de emigrar al norte. Unidos por la necesidad, aunque aún de amor se hacen cosquillas, peor arresto para continuar las caminatas sin fin: la desconfianza. ¿Es mi amado, de al lado, el correcto?- piensa Aurora, que no puede ver más que sus zapatos mientras avanza en el asfalto; Adidas - elemental walking- confortables hasta que se llenan de agua. La mano que la sostiene es de Fercho, Fernando Luque, quien no tiene pensamientos para describir, no así un deseo, un antojo: escapar.
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