agosto 25, 2010

Cali remember 3

Pero todo fue más fácil de lo que se imaginó. Al cabo de la puñalada, el ángel, que se encontraba como un despojo celestial en los matorrales del cerro, no se percato de la punta que se hundió en el único punto vulnerable, la intersección de las alas, que más bien eran como prolongaciones aerodinámicas parecidas en poco a las extremidades del vuelo en las aves. En fin, dos gotas bastaron, las demás se percolaron en el suelo arcilloso y crearon jades de los cantos rodados. En una ampolleta de vidrio, que antes contuvo algún reconstituyente Corcos o Iván José Cedillo, como era conocido en la tierra, llevó rápidamente hasta Santiago lo que necesitaba con premura. La ciudad lo recordaba imprevisible y lo consentía como al peor de los pródigos. Cali te recuerda con cariño -decía alguno de los carteles promocionales - regresa, te estaremos esperando. Corcos miraba el cartel recordando la proclividad que le había enseñado esa ciudad y la transgresión, el desborde, que nunca le había perdonado. Aún agitado por la maratón, decidió darse un plazo para el recuerdo.

Ivan José Cedillo, anónimo del conglomerado, hijo único, amigo persistente, amante incesante, había nacido para algo importante: morir; su objeto material era la descomposición, su propósito celestial era un pacto: un contrato a término indefinido que consistía en encontrar la forma de rescatar a un alma inocente de los brazos de Belcebú. El alma de una mujer que cuando era Iván José, por casualidad y como en toda historia tonta, se había enamorado. Ahora siendo Corcos, del amor no queda nada, pero el contrato continua.

Llegó al mismo hotel de aquella noche. Antes había comprado comida rápida, unas cervezas y servilletas de textura fina, donde la tinta de los esferos no pudiera diluirse. Tomo las mechas de un trapero nuevo y el latón desocupado de comida enlatada, los sumergió en algo del alcohol que le quedo del esfínter flotador; unió todo con papel aluminio: he aquí una antorcha casera. Se recostó en la cama con todo y los recuerdos, para terminar durmiéndose embebido en el pasado.

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