mayo 07, 2010

Conmemoraciones

2.
Mi hermano mayor ha amado y sepultado a los diez perros de la casa. Hunter,el último, ha vuelto las cosas insostenibles debido a su muerte, Jorge, se marchó de la casa.

La llegada de un perro siempre ha obedecido a una rutina: alguno de nosotros llegábamos con un perro callejero a la casa, lo traemos a punta de engaños, las consabidas piezas de roscón, el acaricie detrás de las orejas y el infaltable kkisss – Kkisss como llamado, si la victima era un cachorro abandonado. Los demás queremos que se vaya pero antes se le baña, alimenta y busca un lugar para que duerma, que es el mismo baúl desvencijado con el mismo chal de la abuela. Luego todos cedemos; Jorge, quien es el que se ha encargado como siempre de alimentarlo, bañarlo, cortarle las uñas y hasta entrenarlo, se hace responsable y mis papás contentos. Mi hermano compraba la comida (muy refinada para el intestino bastardo de las mascotas callejeras) champú, collar, vitaminas y sacaba de sus ahorros para llevarlo por lo menos una vez cada dos meses al veterinario. También lo empacaba en una bolsa negra para la basura y se lo llevaba no sé a donde y regresaba tarde, se encerraba en su cuarto y no salía hasta el otro día. Al otro día,la misma amenaza: “estoy cansado de que traigan esos canchosos, uno más y me voy”

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